El origen del arte se encuentra en la fantasía involuntaria, y cumple la función en la vida psíquica de proporcionar un goce que disfrace y suprima las represiones causadas por los complejos desconocidos en las profundidades del inconsciente…
En el universo del pintor hay todo un misterio doloroso a desentrañar, siendo incógnita sobre la existencia lo que los lleva a impregnarse de la imagen del dolor. Por tanto, surge como imperativo penetrar en las honduras de lo Uno primordial, para así descifrar la relación del arte con lo doloroso y con lo placentero, y constatar, si es lo inabarcable de este problema la causa de lo trágico o lo bello que hay en el arte.
El Uno, es la apertura de individuación eternamente cambiante, eternamente nueva, el núcleo más íntimo de las cosas, al que el ser sufriente, antitético, anticontradictorio, que únicamente en la apariencia sabe redimirse, pues su concreción en el mundo de la materia la asume desde el rostro de los ideales provenientes de su profunda e histórica moral, cuyo poder no le permite alcanzar su individuación personal, no le permite asumir sus culpas más recónditas por lo intangibles. Que se mantiene lejos de su voluntad y de su dolor, abismado en lo que conduce hacia las mámas del saber en su obediencia…
Me acojo y simpatizo con eso que el artista aparece como alguien que tiene una moral débil respecto al pensador de la Verdad, pues en la primera triunfa lo fantástico, lo mítico, lo simbólico, como recurso de embestida a la realidad factual; la imaginación, la fantasía, las identificaciones antropomórficas atropellan la Verdad; y esta actividad, embestida exterior a lo dado por parte de la imaginación, origina la presión de las emociones que desemboca en pasión poética, en creación artística genuina: las pinturas son tenciones emocionales del Uno del artista, muestra categórica de su psicología contradictoria en la cultura.
El arte deja así de ser pensado como un hecho superado para convertirse en el eje descriptivo de esta neurosis llamada sociedad, elemento central que posee una primacía absoluta con respecto a las pretensiones racionales de la Verdad representativa políticamente desde las instituciones del Estado.
Esta revalorización del arte entonces, es un elemento que se desarrolla ciertamente a la luz de la crítica a la moral y la metafísica, donde halla su noción Uno, como creación artística. El trabajo del artista es el desenmascaramiento de la moral y de la metafísica tradicionales. Pues a partir de su crítica se realiza el desplazamiento ontológico y la destrucción de las imposiciones éticas tradicionales. La Verdad ética cae. Surge de allí la estética, representante no ya de la cultura social sino como factor que atestigua la vida humana en ella.
Arte y emociones están íntimamente ligados, pues allí viven las pasiones y los sentimientos a manera de los niños, ingenuos y primitivos, con violencia e impetuosidad, con delicadeza y ternura. El fenómeno de la creación se liga aquí a estos mecanismos emocionales en la pintura; dado que la inspiración no es otra cosa que fuerza creadora, voluptuosidad y querer vivir, que supera la función catártica de la que ha sido caracterizado en arte.
El arte difiere de todas las formas de la mentira ética sobre la cual se han erigido todos los sistemas morales tradicionales: la creación artística excede esta caracterización, porque a diferencia de éstos, se presenta como juego, excepción, suspensión provisional de las leyes de la jerarquía social, y en general, lejos del concepto del trabajo y del principio de realidad que se produce desde el Estado.
Esto significa que lo que caracteriza la voluntad de pintar en su alcance esencialmente desestructurante, es que consiste en crear siempre nuevas valoraciones, que dan forma al yo propio como una obra de arte, que es justamente lo que no procura el Estado político, obra en la que se ve toda la actividad de la embestida de lo interno a lo externo y viceversa, que rechaza la imposición de las cosas y las imágenes ya existentes. Pues la fantasía y sus valores simbólicos son inventados por el pintor bajo el estímulo de sus emociones y sus impulsos vitales, producción de símbolos que no actúan solos, sino que van de la mano del conocimiento de sus procedimientos encontrado tras muchos años de oficio, conocimientos que no es que sean equilibradores de sus pasiones, sino que actúan como mecanismos emocionales en sí mismos, que, antes que aplacarlas, las pone en movimiento con su vida emotiva, volitiva, así relacionándose particularmente para transformar la realidad con mayor autenticidad, y liberarse de la carga de lo práctico y lo utilitario propio de los trabajos corrientes que obligan los mecanismos del Estado social.
Jesús María Hernández Nariño.